Para el Dr. Acevedo, la medicina se practica en soledad sólo en la consulta, pero se despliega en equipos humanos fundamentales, donde los egos son exiliados y la experiencia y el conocimiento son el motor de un círculo virtuoso en constante movimiento.
Marcelo Acevedo nos recibe en la oficina de AMCI, con su característico tono pausado y la conversación meditada, donde cada palabra es saboreada antes de cobrar sonido. Así comparte episodios de su vida, intereses y algunas reflexiones existenciales que hoy lo constituyen como alguien maduro y tranquilo, sin ansiedad alguna.
El doctor Acevedo es médico egresado de la Universidad de Chile, del clan del Hospital San Juan de Dios de Quinta Normal, y ganador de la primera beca de especialización del Hospital de Carabineros en alianza con el Hospital Van Buren de Valparaíso. Así se forjó en la traumatología y confiesa sentirse en familia, ya que muchos de sus colegas en Indisa fueron sus maestros formadores hace ya algunos años.
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¿Qué recuerdos tiene de sus años de vida porteña mientras se especializó?
La verdad es que no mucho de aquello. Fue un año demasiado intenso, ya que a diario viajaba a las 5 de la madrugada a Valparaíso para estar a las 8 A.M. en el hospital, otros días compartiendo jornada en un policlínico en Viña, y luego de regreso en Santiago haciendo turnos en el Hospital De Carabineros. No obstante, fue una época inolvidable, en la que se gestó una linda amistad con becados y profesores, se generó un ambiente muy grato con amigos ecuatorianos, bolivianos y chilenos, a los que frecuento hasta el día de hoy.
¿Considera que fue una buena experiencia, a pesar del esfuerzo y la distancia?
Excelente. De hecho, hoy cuando trabajo con mis becados,  los motivo a que conozcan otras realidades en el servicio público. Si bien en lo físico es muy desgastador, todo se compensa con la satisfacción en lo académico y en lo afectivo. Por muchos años, llevé a mis sobrinos a ver especialistas en la quinta región y me invitaban a participar de cirugías artroscópicas en San Antonio. Creo que esa fue la base de mi red de apoyo y un médico sin ella, está perdido. La medicina se practica en soledad sólo en la consulta, pero se trabaja en equipo.
¿Cuál es el beneficio de una red de apoyo?
Es indispensable. Ayuda a trabajar los egos que se convierten en detractores comunes en este trabajo. La sociedad te posiciona fácilmente en un status diferente. Uno debe tomar conciencia que la experiencia y el conocimiento nunca son suficientes, y mientras se es testigo de gente que se forma rápidamente y alcanza la cima también observas que  es posible que te caigas desde muy alto. Por eso uno debe aprender de la experiencia de otros, de los mayores. El que se aísla en medicina, incuba soberbia, egoísmo y asume muchos riesgos innecesarios.
¿Cómo se llega a la conclusión de cultivar la humildad?
Viviendo. Creo que es fundamental el cimiento valórico, pero también hay que buscar un ambiente acogedor en equipos médicos que permitan el error, que fomenten el aprendizaje recíproco. Todos tenemos momentos difíciles, desafiantes e inseguridades. El que cree que sabe todo, está condenado. La amplia y gigantesca información disponible, no permite que un médico esté al día en todo. Como mínimo cada dos años hay que estar actualizándose. “Cada vez más sabes que sabes menos”.
Respecto a ese cimiento valórico ¿cómo definiría a su familia de origen?
Yo vengo de una familia muy sencilla. Mi padre ponía la formalidad, nos acompañaba en los deportes y nos exigía, y mi madre nos daba ese cariño incondicional, sin prejuicio alguno y nos transmitía optimismo. Soy uno de dos hijos de padres separados. Me forme como médico  gracias a mi mamá, una enfermera muy esforzada que trabajó siempre en el servicio público. Ella llegó a hacer doble turno con el objetivo de que yo estudiara medicina sin asumir una deuda. Le debo muchísimo. Hoy cría a mi hija y eso me complace, ya que estoy seguro que dejará en ella la misma huella valórica que en mí.
Con mi hermano nos educamos en el Colegio San Ignacio AO y de ahí absorbí una visión muy socialista y de servicio, en un ambiente muy diverso, donde todos éramos parte de una gran familia sin importar la procedencia y las diferencias de estrato socio económico. Tengo maravillosos recuerdos, entre ellos mis inicios como músico.
¿Cómo fue ese paseo por la música?
Más que un paseo. Fue un interés que surgió cuando estaba en quinto básico y vi la palabra “KISS” escrita con tiza en el pizarrón, con la tipografía quebrada que caracteriza a la banda. Comprenderás  que sin internet era difícil averiguar entonces, de qué se trataba. Entre compañeros llegamos a esta gran banda de rock norteamericana que nos inundó los sentidos y el hecho de tener compañeros con otros accesos, como viajes a Estados Unidos, nos permitió escuchar discos y tener revistas que hablaban del rock y lo que se venía gestando. Así conocí a otros grupos como Deep purple, Fogath, Triumph, en tardes entre amigos, escuchando acompañado de bebida y luego de cerveza. Desde entonces, nunca más me aparté de la música. Así se fue metiendo en mi ADN, hasta ser parte de vida cotidiana, de mi hogar.
¿Sólo rock?
No, para nada. Debo haber tenido unos 16 cuando fui con amigo y su padre al Club de Jazz, ubicado en Macul,  y escuchar ese estilo me abrió otro compartimento en la mente. En los 80´s era muy difícil acceder a un show musical en vivo y me sentí afortunado. Todos tocaban contentos y diferentes instrumentos. Fue un punto de entrada para el blues, el soul y un paseo posterior por todos los estilos. Me abrí a la música sin retorno.
¿Formó un grupo musical o tocó algún instrumento?
Traté de tener un grupo, de probar tocar batería, y sobre todo recuerdo a mi madre que muy respetuosa me cerraba la puerta y me dejaba escuchar “a tope” todo tipo de música, jamás me retó ni me criticó, si hasta me dejé el pelo largo (se ríe).
La verdad es que me enamoré de la batería como instrumento. La primera la compré cuando ya era traumatólogo. Un día mi mujer me dijo: “¿por qué no te das el gusto?’” …y la compré. Con el tiempo me armé un estudio en casa, me suscribí a revistas, tomé clases por internet y hasta compré pistas musicales para tocar temas. Se convirtió en mi espacio propio, donde me relajo. La batería me llena de energía y vitalidad, y en cierto modo, me permite expresar una faceta contenida que no muestro en la vida cotidiana. Toco solo en casa y de vez en cuando me acompaña mi sobrino y mi hija  de 5 años, Isabella. Si bien traté de tocar con más personas, es difícil coincidir en tiempos y estilos, y para mi es un pasatiempo.
¿Diría que la música le ayudó a ampliar las fronteras de la medicina?
Sí, yo opero escuchando rock. Los médicos no somos una casa con puertas cerradas, sino abiertas. Dispuestos a conocer nuevas experiencias, sin prejuicios ante expresiones de arte y profesiones. Eso da el condimento de pasión en lo que uno hace.
¿La música es uno de sus focos?
No, mi familia. Tengo 17 años de casado y una hija maravillosa. Ellas son mi motor, lo que me mueve en cada decisión que tomo. La música es el ritmo de fondo, mi placer. Me encantaría que mi hija sea artista –le encanta bailar y pintar por el momento-, pero lo cierto es que no tengo expectativa formal alguna con ella, sólo espero que sea feliz. No me urge que vaya al mejor colegio del mundo, sino a uno que esté cerca de casa. No me estresa su futuro, ni me interesa que entre a la universidad y tenga un doctorado o algo similar. Con mi esposa Celeste estamos en sintonía al respecto. Ella vino para ser querida y entregar amor.
¿Cómo llega a Indisa?
Hace 10 años el Dr. Azócar, Jefe del Servicio de Traumatología de Indisa, y del Hospital Dipreca donde también era mi jefe, me invitó a integrarme. Soy un agradecido de los traumatólogos  mayores, todos fueron mis formadores. Sentí que era un progreso, un reconocimiento de parte de profesionales que respetaba  y un desafío  a la vez. A partir de entonces,  mi red de apoyo creció y he conocido gente muy valiosa. Acá hay lazos de muchos años, con médicos con los que partí en el San Juan de Dios y eso enriquece más a esta comunidad.
La ventaja de estar Indisa es que hay afecto, redes de apoyo  y formación continua. La traumatología ha progresado mucho desde el punto de vista técnico. Los traumatólogos de Indisa viajan en promedio cinco semanas al año para formarse o actualizarse en sus áreas. Uno aquí se puede desarrollar muy bien, y el Servicio lo promueve. Están dadas las condiciones para seguir mejorando.
¿Por qué quiso adherir a la actividad gremial en AMCI?
Soy cofundador de la primera asociación gremial de una institución castrense, que fue el Hospital Dipreca. Considero que no hay que dejar de lado la preocupación por los pares, hay que cuidarse mutuamente. El único camino para el crecimiento es en conjunto, y sigo creyendo en ello. Hay que entender que el médico está soportando, dando base a la pirámide organizacional, debe liderar iniciativas que benefician a una comunidad. Tomar un cargo en AMCI ha sido positivo.
Como siempre fue mi inquietud y no me gusta involucrarme en espacios donde no me manejo, decidí formarme e hice un Magister de Administración de Empresas y Gestión de Negocios en la Universidad Adolfo Ibáñez, de forma de adquirir herramientas para entender la lógica de un negocio, entre ellos la salud. El corazón de la salud está en las personas y por ello es crucial que el médico entienda la lógica correcta para ayudar en incorporar esa mirada en el modelo. También hice un Diplomado de mediación en responsabilidad médica y otro de desarrollo organizacional, en la Universidad Católica, dado que enfrentamos una migración hacia el modelo de cliente-prestador que es muy desafiante.
A sus  45 años, en la mitad de la vida, ¿qué espera Marcelo?
Seguir adelante tranquilo, sin ansias. No quiero hacer muchos cambios, por ahora. Estoy en un momento de tranquilidad y comodidad, en el que administro mi tiempo y trabajo en lo que me gusta. Estoy  asentado como profesional, me siento reconocido por mis pares y querido por mi familia. Disfruto de mi presente y a pesar de que el futuro trae nuevos desafíos y proyectos, no me quita el sueño. Creo que todas las etapas de la vida tienen su sello propio y ninguna es mejor que la otra. Soy un agradecido de la vida.