Aunque no muchos conocen la faceta de músico del doctor Larrea, él asegura que le acompaña desde siempre y que le ha ayudado a compensar el estrés propio de la medicina, además de conectarlo con su espiritualidad. Por muchos colegas fue catalogado de hippie o de extraño, por destinar tiempo a componer en vez de ejercer como médico.
De sonrisa fácil y mirada dulce, nadie diría que Jorge Larrea, médico cirujano infantil es adicto a la adrenalina de urgencias ni que es músico de una banda de rock progresivo, pero a veces las apariencias engañan. A sus 49 años, nuestro médico AMCI comparte su tiempo entre sus hijos, su trabajo, la música y la meditación budista.
Hijo de una familia de cuatro hermanos y educado en un colegio marista, muy de niño desarrolló su gusto por el dibujo, la música y por la biología. Si bien en su adolescencia no tenía muy clara cuál era su vocación, sí sabía que estas opciones eran su gran pasión y sí se imaginaba trabajando como médico, decisión que contó con el apoyo de sus padres. Cuando cursaba el cuarto año de medicina, Jorge reconoce que experimentó una crisis vocacional, pero decidió continuar y con el tiempo se dio cuenta que quería tratar a niños, eligiendo la cirugía infantil como especialidad.
Egresó de la Universidad de Chile en 1987, en un período de mucha efervescencia política, razón por cual al terminar sus estudios había muy pocos destinos para general de zona, y muchas menos becas. Así decidió continuar como voluntario en el Servicio de Cirugía Infantil del Hospital Félix Bulnes, donde terminó trabajando en la Unidad de Quemados. Hoy comparte su tiempo laboral entre la Urgencia del Hospital Roberto del Río y el Departamento de Cirugía Infantil de Indisa, con desafíos distintos pero igualmente intensos.
Con el tiempo, se casó dos veces, de su primera relación no nacieron hijos, pero de la segunda sí: dos hijos que hoy le llenan de orgullo (de 15 y 18 años) y hoy en una nueva relación, es padre de una pequeña niña de sólo 4 meses. Vive a sólo cuatro cuadras de sus hijos mayores, los ve a diario y vacacionan juntos, lo que le permite sentir que la familia como concepto no se ha perdido, mientras que ahora enfrenta la nueva ilusión de ser padre en otra etapa de su vida…está feliz.
Doctor, ¿Cómo surge esta veta artística en su vida?
Está ahí desde siempre. Al entrar a la Universidad aprendí solo a tocar la guitarra para poder componer mi música y a escuchar a rock y música clásica, que aunque parecen opuestos, créeme que tienen mucho en común. De mayor, estudiando medicina, sentía que lo absorbente y estresante de la carrera, se compensaba al vivir el placer de tocar música, desde entonces ha sido mi válvula de escape. También me aferraba a otros pasatiempos como el dibujo y escribir cuentos.
¿Por qué no profesionalizarlo?
La música es algo que sí me tomo en serio, aunque no sea mi fuente de ingreso. Toco guitarra, teclado y compongo, tengo una banda hace varios años y hemos tocado en lugares a cambio sólo de la experiencia de compartir nuestro arte y algunas cervezas (se ríe), he hecho 15 CD para mí, pero cuando hablo de esta faceta de mi vida entre médicos, me siento como un bicho raro. La gente no entiende que esta sea una opción de vida a menos que uno lucre con esta actividad. Una vez me topé con una doctora que me comentó –casi avergonzada- que pintaba en sus tiempos libres, y yo me entusiasmé de inmediato y le dije que me mostrara sus cuadros. La salud tiene estos bemoles, pero creo que el cerebro del médico es capaz de desarrollar habilidades muy abiertas a la sensibilidad y no son pocos los colegas que se sumergen en disciplinas menos racionales….y esa experiencia hace muy bien.
¿Cómo ha tomado su entorno médico la decisión de ser músico?
Por mucho tiempo era mirado como un hippie o alguien definitivamente extraño. Nadie entendía que dejara de trabajar en medicina o no hiciera consulta por opción propia, para dedicar horas a la música. La gente lo ve como un pasatiempo y que no se justifica si no representa una buena entrada económica. Por lo mismo es frecuente que los médicos con facetas artísticas se reserven este tipo de talentos.
¿Tiene nombre su banda?
Claro!. Se llama “El Cocebro”, que es aquel órgano que está entre corazón y cerebro, y que plasma la esencia de esta banda. Tenemos un vocalista que definiría como poeta más que cantante, y eso hace que nuestro rock progresivo tenga letras musicales con mucho contenido. Toco junto a un amigo hace ya 25 años, y nos reunimos una vez por semana a ensayar en un estudio de grabación en mi casa.
¿Se ve jubilado tocando música?
Absolutamente. De hecho, con mis amigos de banda nos propusimos tocar hasta cumplir los ochenta. Me encanta el rock, la música clásica y el jazz, estoy abierto a todo. Siento que la música abre un canal de creatividad y de autoconocimiento inigualable. Soy agnóstico, pero siento que en la música uno vive intensamente la vida espiritual…es mágico.
¿Le gusta operar con música de fondo?
Pese a que no lo hago muy seguido, sí me gusta. Siento que aumenta mis niveles de concentración y mejora mi humor. Dos recursos valiosísimos en la cirugía y en la vida misma.
¿Alguno de sus hijos mayores siguió sus pasos en el arte?
Efectivamente. Al mayor que tiene 18, le regalé una guitarra eléctrica a los doce y le dije que cuando tuviera ganas la tomara y probara. Eso sucedió tres años después y es increíble el talento que tiene…me dejó atrás hace rato en composición (se ríe). Y mi hija de 15, toca el bajo, es excelente dibujante y escribe muy bien. Lo que me importa es no presionarlos, dejar que experimenten, se conozcan y disfruten. De niño me obligaron a aprender golf y créeme que terminé odiándolo.
¿Cómo es formar hijos siendo agnóstico?
El no creer en un ser superior responsable de mi pasado y futuro, no significa que no haya soporte espiritual ni valórico. Yo fui criado como católico, asistí a un colegio marista, tengo todos los sacramentos y mis hijos fueron bautizados por decisión de su madre, así como también permití que ellos fueran formados en un colegio católico. Lo que me importa es que tengan moralidad, que sepan distinguir el bien del mal, y que aprendan a ser buenas personas.
En lo laboral, ¿Cómo es trabajar en el Servicio de Urgencias en la Salud Pública?
Me gusta la adrenalina que se vive en la urgencia, el enfrentar diagnósticos distintos y luchar contra el tiempo. Es algo parecido a hacer medicina en situación de guerra. Llevo veinte años trabajando en la Unidad de Quemados y se aprende mucho en la intensidad de trabajar en contexto de quemaduras graves y trauma. El sistema muchas veces frustra, ya que habiendo recursos para mejorarlo, cada día te enfrentas con problemas como la falta de fiscalización y la débil gestión. Por otra parte, siento que al igual que en otras ramas de la medicina, la cirugía infantil ha evolucionado rápidamente con la introducción de nuevas tecnologías, pero es difícil encarar el problema de acceso a ella cuando trabajas en dos realidades como la privada y la pública. La historia de la salud pública es cíclica y cansa mucho el vivir una y otra vez los mismos dilemas.
¿Hace cuánto llegó a Indisa?
Hace 8 años me invitaron a sumarme al Departamento de Cirugía Infantil. Aquí he forjado lazos de amistad y un gran equipo de trabajo, además lo paso bien haciendo lo que sé hacer.
¿Cuáles cree que son sus fortalezas personales para hacer bien su trabajo?
Más allá de las habilidades técnicas y el conocimiento, creo que soy un médico que me comprometo y vinculo no sólo con la familia de mis pacientes, sino también con los niños que atiendo. Por lo general, veo niños que han sufrido un trauma o una quemadura grave, un dolor que les quedará en la memoria y posiblemente una cicatriz que les acompañará de por vida. Por lo mismo, trato de alivianar la situación y sonreírles o contarles un chiste, algo que los desconecte de la situación que atraviesan. La familia también agradece eso y la relación se humaniza. Obviamente que uno los trata por harto tiempo y eso hace que estés atento a su evolución y es un golpe duro cuando no resisten y fallecen. En esos momentos siempre reflexiono en qué modo soy cómplice o responsable de prolongar la agonía de un paciente o de su partida. Siempre es difícil tomar una decisión como lo es amputar para evitar una infección generalizada, pero de todos modos me genera conflicto saber que le estoy quitando algo al cuerpo de una persona y que eso determinará su vida y sus posibilidades a futuro. Es muy difícil.
¿Cómo se enfrenta ese momento sin creer en un Dios?
Creo que es más fácil. A diferencia de lo que muchos piensan, es más sencillo entender que uno es responsable de las decisiones que toma. A veces hacemos el mejor esfuerzo y no somos asertivos, y en otras sí lo somos. Practico la meditación budista y creo que uno debe vivir el aquí y el ahora, por ello cada día enfrento el desafío de dar lo mejor de mí, ya que no hay segundas oportunidades y probablemente yo sea la única opción para el niño que atenderé ese día. Creo en la energía del universo y en la que generamos todas las personas interactuando en red, por eso cuando debo ir al hospital a las 3 A.M, con sueño o estresado, debo estar con la mejor disposición posible para generar esa energía, para informar y calmar a los padres, y para atender al hijo. Al fin y al cabo, eso fue lo que me motivó para elegir ser médico.