En el corazón de la Unidad de Quemados de la Posta Central, las horas transcurren como si fuese otra dimensión, y el Dr. Jorge Villegas, cirujano plástico de amplia trayectoria, va de pabellón en pabellón, en operaciones que duran largas horas. Jorge inició su vida en Puerto Montt, deambuló por muchas islas, y las aguas lo llevaron a tierra firme, convirtiéndose en un médico itinerante, con sólidas convicciones personales y ante todo como una persona autónoma, siendo para él su principal fortaleza. Hoy, parte de la familia de Indisa, el Dr. Villegas comparte su tiempo –como muchos profesionales del área- entre la salud pública y la privada.

Conversar con Villegas es como adentrarse en una novela de Isabel Allende, con varios e intrincados laberintos que lo condujeron a destino bastante errático, pero totalmente consecuente, posicionándolo como toda una autoridad en la cirugía compleja de pacientes quemados. Su niñez transcurrió en el sur de Chile. Hijo de farero, esta construcción alta, delgada y curiosa para muchos, que desafía vientos, tormentas y la más densa niebla, hizo del faro parte del paisaje y de sus recuerdos de infancia. Desde entonces, la única amenaza era cuidarse del barranco, estudiar y organizar el tiempo libre. El mayor de una familia de 3 hijos , no era extraño que a sus 7 se radicara en Puerto Montt en casa de su abuela, lejos del regazo de su madre, para continuar sus estudios, en los que se destacó siempre.
¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
A mis 66 años, analizo que no eran muchos los resguardos que tuve viviendo en un entorno lleno de peligros. Mi infancia transcurrió entre lluvia y viento, en lugares como las islas Guafo y Melinka, y la verdad es que nadie tomaba verdadera conciencia de los peligros del mar. Me encantaba aprender de todo y a los 5 ya sabía leer, aunque como aprendí con bloques de madera pintados en imprenta, fue todo un desafío el manuscrito a la hora de entrar a la escuela.
¿Cómo fue eso de distanciarse de los padres en una edad tan precoz?
No recuerdo tener pena, además mi abuela siempre me daba cariño. En lugares tan apartados de la ciudad, todos saben que el curso natural de la vida implica el desapego. En Puerto Montt iba a una escuela de padres jesuita cerca de la casa, paraba a medio día para almorzar en el hogar y luego volvía a estudiar. Eso me ayudó a organizar mi tiempo, ya que tenía muchas actividades académicas y de pastoral. Aprendí a ser autónomo siendo mucho chico.
Cuándo fue creciendo, ¿pensó que su destino era la salud?
Para nada. Sabía que era muy talentoso, que los estudios se me daban fácil, pero no tenía idea de lo que era la medicina. Recuerdo que me gustaba leer mucho, informarme a través del diario y revistas que llegaban al sur, como Ercilla y Vea. Era muy niño, yo creo que tenía unos 10, cuando me pidieron escribir una composición y hablé de un tema político que había leído y los curas se sorprendieron tanto que mandaron llamar a mi apoderado. Criado en lugares asilados y con pocas personas, recuerdo que me aterró la primera experiencia del recreo escolar lleno de niños. En esos tiempos comprendí la necesidad de la fraternidad, de la colaboración y supongo que eso me ayudó a ser un experto en constructor de redes. Desde entonces, donde llego armo equipos, delego y genero redes de ayuda recíproca, con responsabilidad y compromisos. Soy un convencido de que no existen grandes problemas, sino que falta gente comprometida para buscar soluciones para ellos.
¿Y la medicina, cómo llegó?
La verdad, casi sin pensarlo. Siempre he buscado ser útil para los demás, de hecho estaba en segundo medio cuando los alumnos nos organizamos para hacer una escuela vespertina para adultos. Luego di “Bachillerato” y obtuve buen puntaje, y ese fue el capital necesario para decidir lo que se me antojara. Podría haber elegido cualquier cosa, lo único que tenía claro es que no quería nada con matemática, ya que era una disciplina -a mi entender- un poco fría. Yo quería estar en contacto con la gente, hacer obran concretas que mejoraran la vida de las personas…y entré a medicina.
¿Cómo se le dio la vida de estudiante universitario?
Era toda una aventura. Estudié en la Universidad de Chile y lo cierto es que por esos años me pasó la cuenta la falta de hábito de estudio, pero mi capacidad de organización ayudó a enrielarme. Estaba abierto a desafíos, me integré a la AUC –Asociación de Universitarios Católicos- siguiendo con ese bichito pastoral que me traje en la maleta desde el sur, y nos organizamos con un grupo de compañeros para ir a las Tomas de terrenos (1968) a hacer salud primaria, control sano de niños y sanar diarreas. Ese fue el punto de partida para sacar la Universidad del edificio colosal y llevarla a las comunidades, con viajes largos en la llamada “micro de epidemiología”. El recorrido me llevó a ser dirigente universitario, lo que sería el anticipo de mi futuro en el Colegio Médico.
En síntesis, si me preguntas, no creo en la vocación, sino en las oportunidades que te pone la vida misma.
El Doctor Villegas hace una pausa y con algo de misterio, menciona que tras el Golpe del ’73 estuvo involucrado en la Vicaría y decidió salir del país para protegerse. Cinco años más tarde volvió desde Buenos Aires, donde aprendió mucho del doctor Fortunato Benaim, maestro de la Cirugía Plástica Argentina y lideró una red de soporte solidario para chilenos fuera del país.
De retorno en Chile, fue director del Policlínico de la Vicaría de la Solidaridad, trabajó en el Hospital Exequiel González Cortés y en el Hospital del Trabajador, también colaboró en el Hospital del Salvador y San Juan de Dios, y fue Presidente de la Sociedad Chilena de Cirujanos Plásticos. Varios años más tarde, en 1997, asume la Unidad de Quemados del Hospital Luis Calvo Mackenna, y luego de una década, en el 2004 se asentó en la Posta Central, logrando que los adultos quemados graves entrasen en el Auge. Hoy (el tildado) es calificado como experto en cirugía plástica en pacientes críticos.
¿Fue en esos tiempos en que arribó a Indisa?
Efectivamente. Tenía una paciente muy compleja y le pedí una cama al Doctor Sebastián Ugarte en Indisa. Ella había sido víctima de femicidio y estaba luchando por su vida. El asunto es que la recibieron y se salvó, me pidieron que fuera a dar el informe en una conferencia de prensa y a poco andar, decidieron en Indisa crear una Unidad de Quemados y me ofrecieron hacerme cargo. Era una unidad pequeña con capacidad para 6 a 10 pacientes y aquí estoy (se ríe).
¿Cómo ha sido para su familia seguirle este ritmo?
No es fácil (se sonríe y suspira). Me he casado tres veces. Hace ya una década que conocí a mi actual mujer – una persona brillante-, Rebeca Paiva. Yo digo que ella me adoptó (se ríe). Con ella hemos construido un verdadero clan con sus tres y mis dos hijos, una nuera y dos nietos, y siento que ella es mi compañera de toda la vida, mi cómplice…también muy autónoma al igual que yo. Con mi clan, disfruto a concho el tiempo libre. Me encanta el golf, viajar y estar con mi gente.
¿Y qué espera del cambio de Gobierno?
Está difícil la cosa. Todo cambia y las recetas gastadas no funcionan, necesitamos algo que brinde un giro, que dé cuenta de la nueva realidad. Eso lo aprende uno en cirugía de pacientes críticos, donde uno puede hacer hasta quince operaciones en una misma persona, y siempre es como empezar de cero … todo cambia y todo puede suceder. Lo más temible es la “Némesis del éxito”, seguir haciendo lo mismo en una realidad, que producto de nuestra propia acción, ya es diferente. Yo por ejemplo, soy una muestra viva de movilidad social, de itinerancia y de autoinvención, todo cambia en la vida y creo que el poder es un arma de muchos riesgos, mejor mantenerse distante de él. Lo mío es otra cosa… la cirugía.